En los años ‘50, en un tranvía de Oslo, capital de Noruega, una turista elegantemente vestida viajaba sentada junto a un caballero de edad madura. Cuando se levantó para salir, su vecino de asiento le ofreció galantemente su ayuda para bajar la pesaba maleta que llevaba. La dama le dio las gracias y le dijo sonriendo que su cara le parecía conocida. “Es posible que me haya visto en alguna foto en cualquier parte del mundo, señora”, le respondió. “Soy el rey Haakon”.
En esa ocasión, el monarca viajaba por las calles de la capital de su reino como un ciudadano más, sin guardaespaldas. Con frecuencia, al rey Haakon VII de Noruega (1872-1957) se lo veía haciendo compras (aprovechaba el 50% de descuento concedido a los militares) o sentado en un parque, mirando una película en el cine o comiendo a so-las en un restaurante, sin custodia alguna. Su esposa británica, la reina Maud (1869-1938), nacida princesa británica, se destacó por la sencillez de sus costumbres en Noruega, donde hacía cosas que no podía hacer en su Inglaterra natal.
La infanta doña Eulalia de España cuenta en sus memorias que se topó con la reina en un negocio de Oslo: “Vi entrar en el almacén a una señora de baja estatura, cubierta de un sencillo impermeable y acompañada de otra dama que llevaba bajo el brazo un paquete. No presté atención a las compradoras y seguí seleccionando mis postales con paisajes nevados y ásperos fiordos, cuando sentí que me tomaban por los hombros y una risa alegre de persona dichosa estallaba a mi lado mientras me decían en perfecto inglés: ‘¡Eulalia, tu aquí y sin haberme ido a ver!’ Me volví, sorprendida. Era la reina Maud que, acompañada de su única dama y en su único automóvil, estaba de compras”. “Hago mis compras yo misma porque me resulta más sencillo y me sirve de distracción”, le dijo Maud. “Además, no tengo a quien mandar”.
Esta historia forma parte de “Secretos Cortesanos”, una selección de 100 historias de amores, escándalos y frivolidades de la realeza.