Cuando la reina María los visitaba, los súbditos ingleses temblaban


María de Teck (1867-1953), esposa del rey Jorge V de Inglaterra, fue una señora de costumbres austeras que desterró de la corte a las actrices, nuevas ricas y bailarinas que eran tan bien recibidas en los tiempos liberales de su suegro, Eduardo VII. En cuestiones de protocolo y en todo lo que pudiese afectar el prestigio de la Corona, era de una minuciosidad rayana en la obsesión y se dice que una vez amonestó a su nieta, la princesa Isabel (la actual reina Isabel II), porque llevaba un pañuelo en la cabeza: “Pareces un peón de cocina”.

De acuerdo con las costumbres de su juventud, María vestía prendas insoportables, abundantes en almidón, alambres y ballenas. María rara vez escuchó la radio, nunca quiso ver la televisión y jamás aceptó tener un teléfono en su despacho de la mansión Marlborough. La anciana decía que este artilugio de la vida moderna no era un instrumento digno de una reina, por lo que exigió siempre que los mensajes recibidos le fueran presentados escritos en un papel, con el escudo de armas estampado, colocado en una bandeja de plata trasportada por un lacayo de librea.

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Bisnieta del rey Jorge III, María nació en el seno de la familia real británica. Su madre, María Adelaida de Cambridge (“la Gorda María”) era una princesa real, alegre, extravagante y glotona, mientras su padre, Franz von Teck, era un hombre sombrío, nervioso, tímido y pobre. Como el matrimonio no tenía mucho dinero para mantener un palacio digno en Londres, en 1870 se marcharon a Florencia. Allí, sus padres hicieron esfuerzos para que su hija fuera educada como una auténtica princesa.

María aprendió especialmente a admirar el arte y las antigüedades, una pasión que la acompañaría el resto de su vida. De regreso en Inglaterra, la reina Victoria le preparó un matrimonio muy conveniente con su nieto el Duque de Clarence, pero cuando este murió poco después del compromiso, María obedeció a su soberana y se casó con su otro nieto, el futuro rey Jorge V. En 1910, tras la muerte de su suegro, María quedó convertida en la reina consorte de Inglaterra.

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María administró los tesoros de la Corona, hizo inventarios de sus obras de arte y joyas y escribió personalmente a aquellas personas que habían recibido objetos valiosos como préstamo de parte de la Casa Real, para que los devolvieran. Ella misma era una gran conservadora de arte pero, aunque apreciaba mucho los pequeños objetos valiosos y obras históricas, no le gustaba pagar por ellos… Estoy acariciándolo con la mirada”, solía murmurar dulcemente cuando descubría algún objeto que le gustaba en una casa ajena: un cuadro, un mueble, un reloj, una estatuilla de mármol, un libro antiguo, un plato de porcelana, una tetera de plata… todo le venía bien.

Este comentario era suficiente para que el propietario del objeto insistiera en regalarlo a Su Majestad. Los nobles ingleses temblaban cuando les informaban que la reina les haría una visita para tomar el té, porque eso significaba, invariablemente, que se enamoraría de alguno de sus objetos más valiosos y querría que se lo regalaran. Cuando un objeto no le era ofrecido, María se dedicaba a dar lástima. “¿Puedo entrar de nuevo un momento para despedirme de ese encantador…?” Con este comentario, la reina conseguía su objetivo.

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Esta historia forma parte de “Secretos Cortesanos”, una selección de 100 historias de amores, escándalos y frivolidades de la realeza.

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