En su afán por convertir a Europa en su imperio personal, el emperador francés Napoleón convenció al rey español, Carlos IV, de hacerse a un lado y poner a su hermano, Luis Bonaparte, en el trono de Madrid. Su siguiente paso era conquistar Portugal, puerta de entrada a las vastísimas colonias que este reino poseía en Sudamérica. Tal es el origen de una de las monarquías más curiosas que existieron en el mundo, la de Brasil, un trono en el Amazonas.
Las tropas napoleónicas llegaron a Portugal en noviembre en 1807. Días después, el puerto de Lisboa se llenó de nobles, ministros, funcionarios, miembros del clero, artistas y la mismísima familia real de Portugal, encabezada por el príncipe regente don Juan de Braganza, con el objetivo de embarcar y cruzar el océano Atlántico con destino a Brasil, la joya de la corona portuguesa. Cuarenta naves, que transportaban alrededor de 15.000 personas, partieron rumbo al sur de las Indias.
La travesía incluía a Carlota Joaquina de Borbón, esposa del regente, y a su suegra la reina doña Maria (apodada «la reina loca»), a los infantes reales y un buen número de cortesanos que viajaron en barcos iban sobrecargados y pésimas condiciones higiénicas, donde las provisiones de agua y comida era insuficientes, obligando a su racionamiento, y donde sufrieron numerosas enfermedades. Cuando una epidemia de piojos asoló el barco de la familia real, el capitán hizo que las mujeres (incluidas las reinas) se raparan la cabeza y que los nobles arrojaran sus pelucas al mar.
LA CORTE DE RÍO DE JANEIRO
Antes de partir, el príncipe comunicó a todas las potencias europeas que establecería su corte y su gobierno en Río de Janeiro. La casa real se llevó la mayor parte del tesoro del país, para procurar que la administración siguiera funcionando al otro lado del océano.
En los meses siguientes continuaron saliendo de Lisboa barcos con carruajes de lujo, tapices, muebles, y vajillas, cristalería, ornamentos religiosos incautados de iglesias, obras de arte, joyas y bibliotecas completas.
El barco que llevaba a la familia real llegó a Salvador de Bahía el 22 de enero de 1808 en medio de grandes festejos populares. Desde ese instante, Brasil dejó de ser una colonia para ser un reino gobernado por los Braganza, quienes establecieron la capital de sus dominios en Río de Janeiro.

El rey y su madre se instalaron en el palacio de Sao Cristovao, mientras Carlota Joaquina y sus hijos lo hicieron en una quinta de Botafogo. Los consortes estaban absolutamente distanciados y, a pesar de que ambos mantenían discretas (pero candentes) relaciones extramatrimoniales, disimulaban muy bien en las ceremonias cortesanas.
Don Juan (1767-1826) era el hijo del rey Pedro III y la reina Maria I de Portugal, quienes eran tío y sobrina, respectivamente. Su madre, mujer extremadamente religiosa, había perdido la razón después de la muerte de su primogénito, por lo que don Juan fue nombrado regente del reino.
En 1785 se casó con una niña de diez años de edad, la infanta Carlota Joaquina de España, quien le dio muchos hijos y muchos problemas a causa de sus infidelidades, ambiciones y conspiraciones.
En 1815 don Juan creó oficialmente el «Reino Unido de Brasil, Portugal y los Algarves». Para entonces, la corte portuguesa estaba firmemente establecida en Brasil y era muy popular, ya que se habían construido nuevas carreteras y mejorado los puertos, y se habían creado el Banco de Brasil, la Academia Militar y las Academias de Medicina y Derecho.
El regente no tardó en ganarse el aprecio de sus súbditos, según el relato del pintor suizo Henri L’Êveque, que recordaba que: «El príncipe, acompañado de un secretario de Estado, un criado y algunos oficiales, recibe todas las peticiones que se le presentan ; escucha con atención todas las quejas, consuela a algunos, anima a otros. La vulgaridad de las maneras, la familiaridad del lenguaje, la insistencia de algunos, lo prolijo de otros, nada lo enfada. Parece olvidarse de que es su señor para pensar que es sólo su padre«.
LA EMPERATRIZ INTRIGANTE

La que no fue muy popular fue doña Carlota Joaquina, la primera emperatriz de Brasil, quien era verdaderamente fea. La esposa del general francés Junot, que dirigió la invasión de Portugal en noviembre de 1807, escribió sobre esta infanta española: «Su fealdad, su pelo sucio y despeinado, sus labio inferior delgado y de color púrpura adornado por un labio superior grueso, sus dientes irregulares como la flauta de Pan. No podía convencerme de que era una mujer«.
El historiador portugués Octavio Tarquino de Sousa, por su parte, escribió que «una mujer casi horrenda, huesuda, con un hombro notablemente más alto que el otro, ojos pequeños, piel gruesa que las marcas de viruela hacían todavía más áspera, nariz roja y casi enana. Su alma era ardiente, ambiciosa, llena de pasiones agitadas y sin escrúpulos con unos impulsos sexuales desbocados«.
BRASIL, UNA CORONA INDEPENDIENTE

En 1820, una revolución tomó el poder de Portugal y reclamó, entre otras cosas, que la familia real regresara a Portugal y Lisboa volviera a ser la capital del imperio. A los súbditos brasileños no les gustó nada la idea, porque ello significaría que Brasil perdería su preeminencia y volvería a ser una colonia. Sin embargo, tras 13 años de ausencia, don Juan dejó al príncipe Pedro como regente en Brasil y regresó a Portugal, donde firmó una nueva Constitución.
Los brasileños casi se levantaron en armas para impedir que el príncipe don Pedro también los abandonara. «Señor, la suerte está echada», le escribió el político José Bonifacio de Andrada al príncipe Pedro. «De Portugal sólo se puede esperar esclavitud y horrores. Venga Vuestra Altera Real lo antes posible y tome una decisión , porque la irresolución y los paños calientes para nada sirven y cada momento perdido es una desgracia«.
Después de esta carta, el príncipe Pedro tomó la resolución de proclamar la independencia de Brasil el 7 de septiembre de 1822, simbolizada en el grito «¡Independencia o muerte !», que pasaría a la historia como el «Grito de Ypiranga» (por haber sido el ríachuelo Ypiranga, en Sao Paulo, el sitio donde lo pronunció). A continuación, don Pedro anunció que se quedaría en Brasil, desobedeciendo a su padre y a las Cortes portuguesas: «Como es para el bien de todos y felicidad general de la nación, estoy listo; diga al pueblo que me quedo».
El 12 de octubre de 1822 don Pedro de Braganza fue proclamado Emperador de Brasil y su coronación se celebró el 1 de diciembre del mismo año. Portugal tardó siete años en reconocer la independencia de Brasil, en 1829, cuando la nueva familia imperial ya estaba profundamente enraizada en Brasil. Aprovechando las dificultades económicas que atravesaba Brasil, Portugal hizo firmar el «Tratado de Amistad», según el cual don Juan VI seguiría siendo el emperador titular de Brasil mientras don Pedro sería el emperador regente.
En 1826, muy enfermo, don Juan VI nombró regente a su hija, la princesa Isabel María (1801-1876), y murió entre fuertes rumores sobre un posible envenenamiento. Habría que esperar hasta el año 2000 para confirmar aquellas sospechas cuando un equipo dirigido por el arqueólogo portugués Fernando Eduardo Rodrigues Ferreira analizó las vísceras conservas del rey hallando en ella cantidades de arsénico suficientes para causarle la muerte. ¿Estaría la reina Carlota Joaquina detrás de este asesinato de Estado?
De regreso en Portugal, la reina seguía intrigando: en 1826 no dudó en apoyar un intento de golpe de Estado absolutista dirigido por su hijo, el infante don Miguel, quien sería hijo de un fornido jardinero palaciego de Sintra, donde la reina había pasado mucho de su tiempo. Otros historiadores aseguran que don Miguel era, en realidad, hijo del marqués de Marialva.
En cuanto a las infantas Ana y María Isabel, serían hijas del jardinero, mientras que el padre de María Francesca sería un militar al servicio de Juan VI, Luis da Mota Feito. Por eso es que la Duquesa de Abrantes solía comentar que lo más llamativo de la familia real portuguesa era que los hermanos no se parecían en absoluto entre sí.
En 1826 el rey don Juan VI murió y cuatro años después de tocó a su viuda, Carlota Joaquina, quien firmó su testamento como «Emperatriz de Brasil y Reina de Portugal». Según la princesa Dorothea von Lieven, «la muerte de la vieja reina no es un acontecimiento desgraciado. Los pobres portugueses, en realidad, deberían dar gracias a Dios«.
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El Trono del Amazonas: la increíble saga de los emperadores de Brasil (Parte 1)
El Trono del Amazonas: la increíble saga de los emperadores de Brasil (Parte 2)
El Trono del Amazonas: la increíble saga de los emperadores de Brasil (Parte 3)